Solo reconoceremos las proyecciones cuando reconozcamos al mismo tiempo que son nuestros propios rasgos de carácter: de lo contrario quedaremos ingenuamente convencidos que esos rasgos pertenecen a los que nos rodean, los objetos de nuestra proyección. Según la manera de ver de Jung, todo fenómeno psíquico del que no tenemos consciencia, se manifiesta bajo la forma de propiedades que se suponen pertenecen a objetos exteriores. No son solo nuestras propiedades negativas las que se proyectan, las propiedades positivas que permanecen inconscientes igualmente son proyectadas bajo la forma de fascinaciones exaltadas e ilusorias, que pasan al lado de la realidad del otro que es "puesto por las nubes".
Generalmente, el hombre tiene fuertes resistencias en retirar sus proyecciones debido al hecho que este retiro se convierte en una carga para él, porque acepta asumir la responsabilidad de una parte de su alma que antes había considerado sin la más mínima preocupación, que no parecía pertenecerle con propiedad.
La consciencia del yo es como un pescador sentado en su barca más o menos grande: solo podrán ser embarcados la cantidad de pescados (de contenidos inconscientes) que la barca (el hombre) es capaz de transportar (de albergar) sin irse a pique. A pesar de las resistencias evocadas, parece que una evolución se inicia en el sentido de un desarrollo siempre más amplio de la consciencia del hombre lo que gracias al retiro de las proyecciones, tiene por corolario una expansión de su esfera psíquica. Comprendemos entonces el significado y las consecuencias positivas de esta tendencia: mejor es el conocimiento que el hombre tiene de él mismo, menos proyecta lo que le es propio sobre el prójimo. Tendrá una actitud más objetiva, más exenta de ilusiones pero impregnada de autenticidad frente al otro y frente a la realidad concreta que este encarna. Es lo que distingue finalmente la simpatía o la exaltación amorosa del verdadero amor, o también lo que distingue el odio y el rechazo de un alejamiento o de un desapego objetivo.
Todo progreso en la comprehensión mutua y en la capacidad de entenderse con el prójimo depende del retiro de las proyecciones.
Supongamos un individuo en el cual no hay ninguna tendencia en discernir las proyecciones: el factor que elabora la proyección tiene entonces campo libre y puede realizar su objetivo, si es que tiene uno: provocar el estado característico resultante de su actividad. Como se sabe, no es el sujeto consciente el que proyecta, sino el inconsciente. Se descubre la proyección pero no se la crea. El resultado de las proyecciones es un aislamiento del sujeto frente al entorno porque la relación con este no es auténtica sino solo ilusoria. Las proyecciones transforman el mundo circundante en el rostro propio de su autor, rostro que, no obstante, queda desconocido de él. Las proyecciones conducen al final a un estado auto-erótico o autístico en el cual se ensueña un mundo cuya realidad, sin embargo, queda inaccesible. Más las proyecciones interpuestas son numerosas, más se vuelve difícil al yo atravesar sus ilusiones, ... es un factor inconsciente que teje en él las ilusiones, que cubre con velos al mundo y lo vela a él mismo. Se tendría la tentación de admitir que esas proyecciones, que solo se dejan desatar o no con gran dificultad, pertenecen al ámbito de la sombra, es decir, al lado negativo de la personalidad individual. Pero también surgen símbolos que remiten, no al mismo sexo, sino al sexo opuesto, a la mujer en el caso del hombre y viceversa. No es entonces la sombra del mismo sexo la fuente de las proyecciones sino la del sexo opuesto. Encontramos aquí al animus de la mujer y al anima del hombre, dos arquetipos que se responden uno al otro, cuya autonomía y naturaleza inconsciente explican la obstinación de sus proyecciones.
La sombra, en la medida en que representa primero y en primer lugar al inconsciente personal, y cuyos colores son por consiguiente fácilmente capaces de consciencia, se diferencia del animus y del anima por su aptitud en dejarse discernir y realizar más facilmente: el animus y el anima son netamente más alejados de la consciencia por lo que, en circunstancias habituales, son raramente o jamás percibidos.
Eros, es el principio de la consciencia feminina, mundo de valores y de intereses subjetivos, principio de relación, de unión, que se interesa por lo que es personal, por lo que es subjetivo, por lo que es próximo, por lo que es psicológico. El eros acerca, establece las relaciones humanas, une, enlaza. Actúa por amor a una persona (o a más de una persona). Esta es la razón por lo que contiene un riesgo de dependencia, en su aspecto de incapacidad de vivir sin el otro, de realizarse sin un Tú. El eros vive de personas y de relaciones: necesita objetos vivos, referencias permanentes a Tú y Nosotros para vivir y funcionar.
Logos, es el principio de la consciencia masculina, mundo de valores e intereses objetivos: principio de la verdad, en consecuencia de la discriminación, de la búsqueda cognitiva, de reflexión . El logos actúa por amor a una idea, o de una cosa, es más independiente de personas y de vínculos entre ellas. Jung dice que "el amor por las cosas es una prerrogativa masculina".
Jung utiliza Eros y Logos como herramientas conceptuales sencillas para describir el hecho de que el consciente de la mujer esta más bien caracterizado por la naturaleza de la relación, del eros (expresión de su verdadera naturaleza) que por la naturaleza del logos. El eros, función de relación, está en general menos desarrollado en el hombre que el logos.
Eros es, el principio de la consciencia feminina y el animus es el componente masculino inconsciente de la mujer (todo aquello que es inconsciente es proyectado). Esto implica en relación al hombre una diferencia considerable. El animus de la mujer corresponde al anima del hombre en cuanto contraparte inconsciente del otro sexo. Del mismo modo que el carácter del anima del hombre está condicionado por la personalidad de su madre, es decir que corresponde al eros materno, el carácter del animus de la mujer está condicionado por la personalidad del padre, el logos paterno.
El padre es el primer portador de la imágen del animus y de él saca su substancia y su forma real; así la pequeña hija puede comenzar a definir de una manera concreta, en la confrontación y la relación con la persona real de su padre, el campo de acción del logos, los valores y derechos del espíritu y las modalidades de realizaciones que de ellos resulten. El padre (la suma de opiniones transmitidas), juega un rol importante en la argumentación feminina. A causa del desarrollo patriarcal de nuestra civilización occidental, la mujer tiene la tendencia de atribuir a todo lo que es masculino un valor más grande que aquello que es feminino: esta actitud corre el riesgo de conferir demasiado poder al animus, que produce en la mujer las opiniones, los juicios, las necesidades de reflexión crítica, de racionalidad y de conocimiento, de búsqueda de verdades "objetivas", de valores espirituales, la capacidad de decisión y escogencia: en suma le permite saber lo que quiere realizar y hacer lo necesario para obtenerlo.
Emma Jung escribió:
"Así como hay hombres de un notable poder físico, hombres de acción, hombres de palabra y de sabiduría, así también la imágen del animus difiere de acuerdo con el estado de evolución particular o los dones naturales de una determinada mujer. Esta imágen puede transferirse a un hombre real que asume el rol de animus debido a su semejanza con él; alternativamente, puede aparecer como un sueño o figura fantástica; pero dado que representa una realidad psiquica viviente, le otorga un carácter desde lo interno de la mujer, que se refiere a todo lo que ella hace. Para la mujer primitiva o la mujer joven, o para lo primitivo en cada mujer, el hombre que se distingue por su capacidad física se convierte en figura del animus: las imágenes típicas son los héroes de leyenda, o figuras del deporte, aviadores etc... Para la mujer más exigente, el animus es un hombre que actúa dirigiendo su poder hacia algo importante, hombre que tiene dominio sobre la "palabra" o sobre el "significado" ... En muchas mujeres el animus prefiere aparecer de una manera múltiple como un consejo que emite juicio sobre todo lo que esta pasando, tema, preceptos, prohibiciones. El animus también posee el poder mágico de las palabras, y por lo tanto, los hombres que tienen el don de la oratoria pueden ejercer un fuerte poder sobre las mujeres, tanto para bien como para mal. ¿Me equivoco al decir que la magia de la palabra, el arte de hablar, es la cualidad en un hombre de la que una mujer muy frecuentemente cae presa y seducida? En los sueños y fantasías, el animus aparece principalmente en la figura de un hombre, padre, hermano, maestro, juez, sabio, artista, filósofo, académico, monje, en suma como un hombre que se distingue de alguna manera por sus capacidades mentales u otras cualidades masculinas. En el sentido positivo puede ser un padre benévolo, un amigo comprensivo, un guía superior, o por otro lado puede ser un tirano violento y cruel, un moralista, un censor, un seductor y explotador, y a menudo un pseudo héroe que fascina con una mezcla de brillo intelectual e irresponsabilidad moral.
Las opiniones del animus tienen a menudo el carácter de convicciones solidas o principios intocables de valor aparentemente infalible. Si sometemos esas opiniones al análisis, nos tropezamos primero con los prejuicios inconscientes que los motivan y que debemos inferir: quiero decir que la mujer siente y piensa las ásperas opiniones que emite como si esos prejuicios existieran realmente. En realidad, esas opiniones no son ni motivadas, ni el fruto de un acto de pensamiento: existen todas hechas, prefabricadas y listas para el consumo; estan presentes en el ser mental de la mujer que las formula y repite porque tienen en su espíritu tal carácter de realidad y tal fuerza de convicción inmediata que generalmente, no le pasa por la cabeza someterlas a la posibilidad de una simple duda.
Así como el anima en el hombre es la fuente de susceptibilidades y de caprichos, el animus, él, es la fuente de opiniones; y así como los temperamentos caprichosos del hombre proceden de trasfondos obscuros, las opiniones ásperas y magistrales de la mujer descansan sobre prejuicios y a priori.
Debemos permanecer atentas a que alguna de estas formas del animus pretenda tener supremacía o dominar nuestra personalidad. Es muy importante discriminar entre nosotras y el animus y limitar su esfera de influencia: solo haciendo esto posible nos libramos de las fatales consecuencias de identificarnos con el animus o ser poseidas por él".
Barabara Hannah escribió: "una de las técnicas que Jung recomienda para aprender a conocer nuestro animus consiste en estar muy atenta a nuestra manera de hablar, y cuestionar constantemente los pensamientos que pasan por nuestra cabeza: ¿Verdaderamente he pensado esto? ¿De donde viene esto? ¿Quien ha pensado esto? Es una técnica muy desagradable y encontramos siempre buenas excusas para evitarlo, como por ejemplo falta de tiempo etc... Si, no obstante, podemos forzarnos a utilizar (esta técnica) y escribir lo que de ella resulta -porque olvidamos tales pensamientos casi antes de haberlos formulado- los resultados son excesivamente instructivos".
Marie Louise Von Franz dijo: "...El animus corresponde a un sistema de comprehensión. Se trata en efecto de la inteligencia o de la verdad por amor a la verdad, de la exclusión de toda contaminación de sensualidad o de deseo de poder. Sola la que ama la verdad por la verdad misma podrá integrar el animus, que de ahora en adelante se volverá una pasarela que conduce al Sí".
Jung escribió: "la psicología feminina esta en relación con la imago paterna, ya que el padre es bien el portador de la imágen del animus. El da un contenido y una forma a esta imágen virtual ya que él es, gracias a su logos, la fuente del espíritu de su hija. Desgraciadamente esta fuente es a menudo turbia en el punto preciso en donde uno estaría en derecho de esperar una agua clara. ... es entonces el educador, el marido, y, si hay neurosis, el médico el que la sacará de esta situación, porque lo que ha sido corrompido por el padre no puede ser restaurado sino por un padre, y lo que ha sido corrompido por la madre exige ser restablecido por una madre. El espíritu que es provechoso para la mujer no es un intelecto puro, sino más que esto: es una actitud, un espíritu en el cual se vive. Cuando uno hace juicios sobre tales asuntos, no se atreve uno mucho a decidir con seguridad donde está el bien y donde está el mal. Ambos se equilibran ... Estas indicaciones pueden bastar en cierta medida para mostrar lo que es el espíritu que el padre debe comunicar a su hija: son las verdades que hablan al alma, las cosas que no suenan muy alto y con insistencia, pero que alcanzan al individuo en el silencio, individuo este, que da su significado al mundo. Es tal saber que una hija necesita, para que lo transmita a su vez a un hijo. ... El problema del amor es difícil a tal punto que Usted puede estimarse feliz si, al final de su vida, puede afirmar que nadie ha naufragado por causa vuestra".
C.G.Jung , Emma Jung , Barbara Hannah , Marie Louise VonFranz